Mayo 2012 - Silencios
(…)Cuando las palabras te fallan, te disuelves
en una imagen de la nada. Desapareces.
Notas de un libro de composición (1967). Paul Auster
Las palabras me
eluden. Me llevan eludiendo dos meses.
En la calle de
mi pensamiento me esquivan como en uno de esos encuentros inoportunos con el
familiar incómodo.
Me ven venir mientras camino hacia ellas despacio, sin dejar
de mirarlas. Ahí están, esdrújulas y soberbias, cóncavas e inflexibles.
No
hacen ruido. Flotan.
Nos encontramos en la escarcha de su mudez y tras el breve cruce seguimos nuestro paso en direcciones
opuestas. Me paro y me giro, esperando que ellas lo hagan, pero ya no están. Y
pienso que quizás este encuentro no haya sucedido nunca realmente sino dentro
de las pareces de mi desesperación.
Una pelusa de
silencio rueda hasta mis pies y yo, sencillamente, no sé qué decir.
Llevo dos meses
sin saber qué decir.
Junio
2012 - Escafandras
Jean-Dominique Bauby , redactor jefe de la
revista francesa Elle, sufrió un
accidente cardiovascular el 8 de diciembre de 1995. Tras tres semanas en coma
Bauby despierta, descubriéndose que es víctima del “Síndrome del cautiverio”:
está totalmente paralizado, no puede moverse, comer, hablar ni respirar sin
asistencia. Su mente funciona con normalidad y sólo es capaz de comunicarse con
el exterior mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. Forzado a adaptarse a
esta única perspectiva, Bauby crea un nuevo mundo a partir de las dos cosas sobre
las que conserva el control: su imaginación y su memoria.
Bauby,
muere el 9 de marzo de 1997, diez días después de salir publicado su libro “La
escafandra y la mariposa”, escrito íntegramente tras el accidente. En
2007 Julian Schnabel presentó la película homónima.
Paso la tarde
con B. y S.
B. me habla desde
la escafandra de su enfermedad. La veo levantarse torpemente y por un instante
nos recuerdo hace años bailando en una de nuestras primeras escapadas nocturnas.
Nuestros cuerpos habían empezado a mutar y todas las hormonas del mundo se nos
vinieron encima. Salir más allá de las diez de la noche era como internarse en
un terreno selvático y oscuro donde todo era posible y, casi con seguridad, un
irreversible y fantástico pecado. Bananarama
reventaban las pistas de baile y B., E. y yo nos aprendíamos cada paso de sus
coreografías de memoria. La vida poseía una sencillez insultante. Teníamos
catorce años y unas reservas infinitas de tiempo y carcajadas.
Observo la
pierna izquierda de B. basculando mientras camina hacia el pasillo. B. era como
yo, una trasnochadora nata de fémures incansables. Desde la escafandra de liquen de mi silencio le
doy un sorbo a la cerveza. S., a mi lado, fuma lentamente. La cocker de B. se me
acerca. Le acaricio la cabeza negra y firme pasándole la mano justo por encima
de los ojos hasta la nuca y una suerte de redención se va abriendo paso bajo
mis dedos. Tania, que así se llama,
achina los ojos de puro gusto y se queda inmóvil para que repita el
movimiento ad infinitum. Las cabezas de los perros son así, un terreno
absolutorio donde expiar todos nuestros terribles pecados.
B. vuelve renqueante.
Ha tardado tres minutos en hacer lo que un no enfermo de esclerosis tardaría
apenas cuarenta segundos. Me sonríe. B. habla por los codos. Sigue teniendo genio. Me
gusta. S., silenciosa, apura el último cigarro mientras B. nos comparte un
video sobre su enfermedad. La rodilla izquierda de S. se apoya en mi rodilla
derecha. Las escafandras de las dos se disuelven en un instante dérmico y
acogedor. Escuchamos los testimonios de
varias personas. La primera es una chica acompañada por su marido. Hace apenas
dos años le diagnosticaron la enfermedad. Han bastado setecientos días para que ya no
pueda andar sin sus muletas. B. se emociona. Veo sus ojos de perfil llenarse de
lágrimas que se apoyan, brillantes, en
las orillas de sus párpados. Está hermosamente sincera y vulnerable. La pareja
se abraza en el tft. Desde la escafandra de mi tristeza taladro los fotogramas
de ese abrazo y la imagen de él se me cruza inevitablemente. Me siento en mi
propia Chesil Beach y trago desamor y más cerveza. S. desde su refugio nuclear que
dura décadas, reposa inmóvil a mi lado. Siempre he pensando en ese universo
gigantesco que S. esconde . Una civilización vernesiana oculta cuya entrada es un misterio que me provoca una suerte de sensaciones
contradictorias. S y su escafandra
vernesiana. Y pienso, estúpida, que el haberle puesto un buen nombre
justifica la mediocridad de que, a unos centímetros de ella sólo sea capaz de
hacer eso: rebautizar una amistad visible desde hace treinta años pero oradada por el más profundo de los desconocimientos. Como tantas y
tantas cosas en esta vida.
Este mundo achatado
por los polos está envuelto en una prisión de estupidez cancerosa que solo nos
promete una quimioterapia de silencio.
Julio
2012 – Mariposas
Para
Théophile y Celeste,
deseándoles
muchas mariposas
(La
escafandra y la mariposa (1997). Jean-Dominique Bauby)
Alzo la mano en
el cielo de Bilbao para que la música me agarre y me salve otra vez. La BinariaVida
pone el metrónomo y yo me pierdo. Cuarenta mil personas recorremos las
carreteras de nuestros recuerdos y nuestros miedos con una banda sonora que se abre
paso para que despertemos en alguno de los compases. Por un instante la
escafandra se resquebraja y asciendo a la superficie.
No me queda otra que
rendir mi tristeza y elevarme sobre la rabia del perdedor.
Estoy desnuda.
Sólo tengo una dermis que se eriza y que pulsa y un alma como la de Celaya, disponible.
Algo ha vuelto.
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