miércoles, agosto 15, 2012

Silencios, escafandras y mariposas



Mayo 2012 - Silencios

 (…)Cuando las palabras te fallan, te disuelves en una imagen de la nada. Desapareces.

Notas de un libro de composición (1967). Paul Auster


Las palabras me eluden. Me llevan eludiendo dos meses.
En la calle de mi pensamiento me esquivan como en uno de esos encuentros inoportunos con el familiar incómodo. 
Me ven venir mientras camino hacia ellas despacio, sin dejar de mirarlas. Ahí están, esdrújulas y soberbias, cóncavas e inflexibles. 
No hacen ruido. Flotan.
Nos encontramos en la escarcha de su mudez y tras el breve  cruce seguimos nuestro paso en direcciones opuestas. Me paro y me giro, esperando que ellas lo hagan, pero ya no están. Y pienso que quizás este encuentro no haya sucedido nunca realmente sino dentro de las pareces de mi desesperación.

Una pelusa de silencio rueda hasta mis pies y yo, sencillamente, no sé qué decir.

Llevo dos meses sin saber qué decir.





Junio 2012 - Escafandras

Jean-Dominique Bauby , redactor  jefe de la revista francesa Elle, sufrió un accidente cardiovascular el 8 de diciembre de 1995. Tras tres semanas en coma Bauby despierta, descubriéndose que es víctima del “Síndrome del cautiverio”: está totalmente paralizado, no puede moverse, comer, hablar ni respirar sin asistencia. Su mente funciona con normalidad y sólo es capaz de comunicarse con el exterior mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. Forzado a adaptarse a esta única perspectiva, Bauby crea un nuevo mundo a partir de las dos cosas sobre las que conserva el control: su imaginación y su memoria.
Bauby, muere el 9 de marzo de 1997, diez días después de salir publicado su libro “La escafandra y la mariposa”, escrito íntegramente tras el accidente. En 2007 Julian Schnabel  presentó la película homónima.  



Paso la tarde con B. y S.
B. me habla desde la escafandra de su enfermedad. La veo levantarse torpemente y por un instante nos recuerdo hace años bailando en una de nuestras primeras escapadas nocturnas. Nuestros cuerpos habían empezado a mutar y todas las hormonas del mundo se nos vinieron encima. Salir más allá de las diez de la noche era como internarse en un terreno selvático y oscuro donde todo era posible y, casi con seguridad, un irreversible y fantástico pecado. Bananarama reventaban las pistas de baile y B., E. y yo nos aprendíamos cada paso de sus coreografías de memoria. La vida poseía una sencillez insultante. Teníamos catorce años y unas reservas infinitas de tiempo y carcajadas.

Observo la pierna izquierda de B. basculando mientras camina hacia el pasillo. B. era como yo, una trasnochadora nata de fémures incansables.  Desde la escafandra de liquen de mi silencio le doy un sorbo a la cerveza. S., a mi lado, fuma lentamente. La cocker de B. se me acerca. Le acaricio la cabeza negra y firme pasándole la mano justo por encima de los ojos hasta la nuca y una suerte de redención se va abriendo paso bajo mis dedos. Tania, que así se llama,  achina los ojos de puro gusto y se queda inmóvil para que repita el movimiento ad infinitum. Las cabezas de los perros son así, un terreno absolutorio donde expiar todos nuestros terribles pecados.

B. vuelve renqueante. Ha tardado tres minutos en hacer lo que un no enfermo de esclerosis tardaría apenas cuarenta segundos. Me sonríe. B. habla por los codos. Sigue teniendo genio. Me gusta. S., silenciosa, apura el último cigarro mientras B. nos comparte un video sobre su enfermedad. La rodilla izquierda de S. se apoya en mi rodilla derecha. Las escafandras de las dos se disuelven en un instante dérmico y acogedor.  Escuchamos los testimonios de varias personas. La primera es una chica acompañada por su marido. Hace apenas dos años le diagnosticaron la enfermedad. Han bastado setecientos días para que ya no pueda andar sin sus muletas. B. se emociona. Veo sus ojos de perfil llenarse de lágrimas que  se apoyan, brillantes, en las orillas de sus párpados. Está hermosamente sincera y vulnerable. La pareja se abraza en el tft. Desde la escafandra de mi tristeza taladro los fotogramas de ese abrazo y la imagen de él se me cruza inevitablemente. Me siento en mi propia Chesil Beach y trago desamor  y más cerveza. S. desde su refugio nuclear que dura décadas, reposa inmóvil a mi lado. Siempre he pensando en ese universo gigantesco que S. esconde . Una civilización vernesiana oculta cuya entrada es un misterio que me provoca una suerte de sensaciones contradictorias. S y su escafandra vernesiana. Y pienso, estúpida, que el haberle puesto un buen nombre justifica la mediocridad de que, a unos centímetros de ella sólo sea capaz de hacer eso: rebautizar una amistad visible desde hace treinta años pero oradada por el más profundo de los desconocimientos. Como tantas y tantas cosas en esta vida.

Este mundo achatado por los polos está envuelto en una prisión de estupidez cancerosa que solo nos promete una quimioterapia de silencio.




Julio 2012 – Mariposas

Para Théophile y Celeste,
deseándoles muchas mariposas

(La escafandra y la mariposa (1997). Jean-Dominique Bauby)


Alzo la mano en el cielo de Bilbao para que la música me agarre y me salve otra vez. La BinariaVida pone el metrónomo y yo me pierdo. Cuarenta mil personas recorremos las carreteras de nuestros recuerdos y nuestros miedos con una banda sonora que se abre paso para que despertemos en alguno de los compases. Por un instante la escafandra se resquebraja y asciendo a la superficie. 
No me queda otra que rendir mi tristeza y elevarme sobre la rabia del perdedor. 

Estoy desnuda.
Sólo tengo una dermis que se eriza y que pulsa y un alma como la de Celaya, disponible.

Algo ha vuelto.

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