sábado, octubre 01, 2011

El sótano en mí



Los secretos.

Pero no,
no aquellos que se cuentan cómplices con voces quedas
y en la penumbra de dos que se comparten.
No esos.
No.

Los secretos lacerantes que crecen como gusanos.
Esos rincones podridos que, apartados o vivos aún, parasitan un esquinazo de tu alma.
Los latentes.
Los autoinmunes.
Los que nadie sabe.
Los no confesos.
Los golpes dados.
Los recibidos.
Las mentiras.
Las mentiras ciclópeas y obesas.
Los abusos.
La violencia.

La mierda.


Porque esos secretos,
Esas úlceras de silencio
Termitean sin descanso.
Horadan tu alma hasta convertirla en un colador de miedo y culpa.

No sé en cuántos de nosotros habitan.
Intuyo que en miles.
Sospecho que en todos.


Puedo contemplar el maquillaje perfecto de una mujer en un vagón de Metro.
El perfilador delineando matemáticamente la elíptica de sus ojos.
El tenue rubor de sus mejillas.
La ropa perfectamente conjuntada.
La apariencia de que todo anda bien allí,
En ella.
Puedo luego dirigir mi mirada al hombre dos asientos más allá.
El nudo de su corbata sosteniéndole el aliento en un rictus casi apnéico.
La chaqueta recién estrenada.
El ipod retumbando suave en sus oídos.
Y todo parece estar bien,
En él.

Como en mí.


Pero quizás allí habita igualmente.
El Gusano de lo Oculto.
De las lágrimas que no rompen.
De los chillidos que no salen.
De la cicatriz infecta que no huele.
Que no apesta.
Que no se ve.
De un recuerdo que se permuta una y otra vez,
Una y otra vez,
Y no para,
Y no descansa.

Seres de almas amoratadas
paseando su carcasa por un mundo impàvido y ausente
que no quiere enterarse de nada.
Que no, que no me cuentes.
Que todo siga bien.
Que todo está bien.

Y nada lo está.

La mujer se remueve sutilmente en su asiento.
Quizás un recuerdo,
Una imagen surgida por la causa más impensablemente inconexa para el resto.
Le altera.
Le provoca la naúsea.
Le desata el pánico.
Y yo soy testigo muda de su dolor,
De la hecatombe silenciosa de su alma.
Desde mi desconocimiento más absoluto.
o mi reconocimiento más certero.

Se autodigiere una y otra vez.
Jamás habló de eso
Pero ahí está,
Delante de mis narices
Mientras recorremos una estación tras otra,
Una mentira tras otra.
Todos.


La miro,
Me mira,
Soportamos el envite.
Sólo quiero entenderla y ser entendida,
Que acerque su mano hacia ella misma y sienta
Que en realidad
No hay tal marca.
Que la piel sigue intacta bajo las mandíbulas batientes del Gusano.
Allí están, limpias,
las palabras nuevas,
las risas centelleantes,
el músculo.
Está ella
Y él,
Y tú,
Y yo.


Y quiero decirle que queda Todo.

Inyectarse ese Todo en las cicatrices

Y vivir.

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