martes, septiembre 14, 2010

Déjà Vu


A veces me vienen a la cabeza los instantes felices.

Surgen de improvisto o los evoco voluntariamente como una masturbación del alma.
Entonces me deshago, me dejo arrastrar por los olores y las luces hasta quedarme sin aliento y lo suficientemente acorchada para retomar la vuelta a la Náusea.

En ocasiones, sucede el milagro y el instante pulsa y se prolonga durante varias horas.
Como una droga o un amante complaciente.
No percibes la vuelta a la realidad, o mejor dicho, no vuelves como te marchaste.
Estás ruborizada, erecta, inconsciente y simplificada.
Un amante, como un instante hermoso, te simplifica, te resume tanto que no tienes término y, por ello, estás más completa que nunca.
Un amante te mira de un modo definitivo.
No tiene vuelta atrás.
No hay paisaje más hermoso ni más terrible.

Todos atesoramos instantes.
Los guardamos en nuestras cajas de verdades contadas con los dedos de una mano junto a la de amigos contados con los dedos de la otra.

Puedo pasear por mis instantes una mañana luminosa de un mes indefinido.
No hay apenas nadie.
Sólo siluetas lejanas e inofensivas.
Mi cuerpo está ausente de todo daño.
Es como un engranaje perfecto e inconsciente de sí mismo.
Por un momento el instante se me desdibuja, siento pánico pero respiro y una suerte de beneplácito y perdón infinitos caen sobre mí.

Ego te absolvo.

El vértigo del tiempo cesa y las horas quedan suspensas en el aire.
No hay nada que interfiera.
Sólo un mundo asombrado de verse por fin a sí mismo sin cada uno de nosotros.
Un país atravesado por instantes perfectos en mitad de una climatología deslumbrante.

Todo encaja. Yo encajo. Tú estás. Estamos. Quién seas.

En mitad del velo entrecerrado de mis ojos algo se enrosca conmigo. Nos quedamos quietos y nos sobreviene un orgasmo lento que se derrama entre nuestras neuronas.
Es una paz infinita.

Entonces la Náusea. La vuelta.
Tengo miedo de olvidar mi rostro. Tengo pánico de no reconocer el tuyo.
¿Quién eres ahora?, ¿quién soy yo?.
Contemplo la escombrera que surge tras el cian raso de hace un momento.
Después de una orgía de destrucción el miedo no crece ante el paisaje desierto sino ante uno mismo.
¿Cómo saber si se destruye por dolor o por vocación?.
¿Destruimos para pasarnos la vida echando de menos instantes?
...
Y mientras echo de menos el instante de hace un momento,
este instante de escribir se diluye sin utilidad alguna.
 Me mira con el desconcierto de un niño abandonado.

Se queda sólo.

Y yo ya no estoy.

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