Los retazos de suelo firme que quedaban bajo mis pies se han esfumado.
Es lo que suele ocurrir con las cosas que no se cuidan, que no se velan.
Bastó una llamada de teléfono inconexa en realidad a cualquiera de mis fronteras, para que los pequeños e hilvanados fragmentos que me sostienen se deshicieran lentos y silenciosos.
Anoche, al otro lado del auricular escuchaba consciente del giro apocalíptico que aquellas palabras darían dentro de mí.
En realidad nada me dijeron, nada que pudiera hacerme daño, nada directo hacia mi persona, pero fué la llave maestra que puso en marcha un mecanismo al que solo le faltaba una vuelta más de tuerca. El aleteo inofensivo de una tenue mariposa provocando huracanes en el meridiano contrario.
Así de sencillo.
En realidad las grandes catástrofes no se fraguan con inmediatez sino que en su infinita mayoría son el fruto de esa pequeñas decisiones nunca tomadas. Aquellas cuya exclusión nos hace relajarnos engañosamente como quien hace novillos en la escuela pero que vamos acumulando en los desvanes del alma. Allí permanecen, quedas, inmóviles, hasta que su naturaleza de cadáver las hace flotar y salen. A miles.
Una masa ingente que ya no puede desglosarse sino que amenaza unitaria tus defensas.
Es esa suerte de decisiones constantes, de pequeñas valentías, de osadías casi inapreciables las que fraguan los grandes caracteres.
Pero somos así de magnificentemente erróneos.
Nos llenamos la boca con planes quinquenales cuando, en realidad, lo que nos aterroriza es comprar una simple barra de pan en la tienda de la esquina.
Y siento una suerte de fracaso casi cósmico e intangible en todo lo que ha formado mi vida hasta ahora. El denso vértigo de quien ciertamente se ha perdido del todo.
Una vez pensé que esta habitación iba a ser un buen lugar para encontrarme, desencontrarme y comprender lo enriquecedor que sería abandonar la opacidad asfixiante de una jaula para convertirla en un espacio donde las paredes solo fueran una excusa para decirnos. Pero probablemente solo me haya envilecido en mi mampostería de esdrújulas políticamente correctas. Nada más.
Le tengo un inmenso cariño a este escondite. Un sitio donde habéis ido cayendo de manera pequeña y cuidada. Ese ha sido el verdadero valor de este rincón: el mimo de sus escasos visitantes. Gentes que se pueden contar con pocos dedos y que siempre pasaron de puntillas. Gracias. Sobre todo, gracias por la paciencia de seguir volviendo una y otra vez aquí aún cuando mis publicaciones se iban espaciando cada vez más y más en el tiempo.
Aún así habéis llenado mis paredes con vuestros alientos, anónimos o tangibles, pero siempre miméticos. Y esa unidad que se conseguía entre mis palabras y las vuestras a resultaba, por momentos, milagrosa.
Hoy, contemplo las paredes de mi traslúcido escondite y las veo tristes, discontinuas.
Las veo esperarme a que las dibuje de nuevo, desesperadas ante mi creciente mudez. Como casi todo en mí. Expectante, quedo, confuso.
Hoy no hay imagen. No la necesitan estas palabras. Hoy apenas me quedan retórica y filtros.
Me marcho. Me marcho buscando desesperadamente una certeza. Y estaré deseando volver para enseñárosla…
Suena Evanescence.Hello
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3 comentarios:
No comenté nunca, pero te leí siempre.
Vuelve pronto, te espero. Me resisto a hacerte desaparecer de mi lector de feeds y de mis insomnios.
Gracias por todo
A quien corresponda,
Tal vez por otros medios hemos hablado de esto. Y entonces, ¿qué hago hablando aquí? Supongo que siguiendo un enojoso impulso.
¿Sabe qué? Me tienen harto los que se andan despidiendo de sus blogs cada vez que algo en sus vidas anda mal. Y no es una carga contra su persona ni contra nadie en particular, sino contra este uso a mi gusto demasiado narcisista de un espacio que, en su caso, tiene otras alturas y otros potenciales.
Tal vez parezca este un comentario enojoso e injusto. Es un poco lo primero, y tal vez sea lo segundo. El blog es un espacio personal, estoy de acuerdo, usted no se caracteriza por hablar de literatura, habla de lo que le pasa, de sus sensaciones, ideas, pero últimamente hay demasiado "yo yo yo", una suerte de grito desgarrado que quiere encontrar un público, y usted tiene pasta para cosas mejores que esta.
Basta darse una vuelta por "filosofía de saldo" o "filosofía de dermis".
Un lector enojado.-
Las transparencias se cubrirán de un mortuorio velo, el tiempo que sea necesario, hasta que se desprenda como piel renovada.
Mientras tanto ya sabes que en mi desván tienes el espacio que requieras, para lo que sea necesario.
Beso.
(lo conseguirás, ya estás en camino…)
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